viernes, 9 de julio de 2021

Miedo en la Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba

Este es el testimonio de la experiencia que Ángela Ruiz tuvo una veraniega tarde en la vieja Facultad de Filosofía y Letras de Córdoba. Al amparo de los muros y siglos de historia, el recinto estudiantil guarda celosamente secretos de otros mundos, secretos no desvelados que, ocasionalmente, se manifiestan.

«No sé cómo describirlo. Estaba en uno de los pasillos, la tarde estaba muy tranquila, es más, no escuchaba ni a un pájaro. Me extrañó. Entonces me entró frío, era una sensación rara porque estaba bien, además hacía hasta un poco de calor, pero me llegó aquella bocanada de frío y me dejó cortada. Al final del pasillo vi a un hombre que caminaba con dificultad, no sabía quién era o qué podía estar haciendo allí, nunca lo había visto. Además vestía de forma extraña, era como un pijama o algo a juego, el hombre seguía caminando hacia mí, cuando lo tuve más cerca quedé horrorizada. Tenía la cara picada como de viruela y media cara casi desfigurada, cojeaba de una pierna, casi la arrastraba y, entonces, a unos cinco o seis metros de mí, desapareció...»


En la vieja facultad aún se puede contemplar cómo en sus aulas perviven los raíles por donde se llevaban las camillas hacia la morgue. Si observamos atentamente veremos que en este recinto hay todo un mundo de detalles por descubrir: en las ventanas y marcos de éstas encontramos un libro de señales de aquellos que tuvieron el infortunio de estar ingresados en el viejo hospital, porque la Facultad de Filosofía y Letras fue en otros tiempos un centro dedicado a labores sanitarias y su perpetuo recuerdo ha quedado grabado en los enseres más cotidianos.

Como hemos comentado, el edificio fue otrora el denominado Hospital de Agudos, aunque en sus orígenes arquitectónicos no fue concebido como tal. Fue a comienzos del siglo XVIII, en 1701, cuando el Cardenal Fray Pedro de Salazar y Toledo, miembro de la Orden de la Merced, adquirió el edificio –por aquel entonces una bella casa solariega- a don Antonio Carlos del Corral. Aquella bella casa estaba ubicada frente al convento de San Pedro de Alcántara y su fin era la edificación de un colegio para los niños del Coro de la Catedral y los acólitos.

Sin perder tiempo se comenzó a edificar aquel centro destinado a la enseñanza pero las obras pronto debieron detenerse, la razón fue una dura epidemia de peste en la ciudad, la «muerte negra» atacaba cada rincón de la capital y se contaban por miles los fallecidos en la epidemia. Aquella dura prueba manifestó a su vez las carencias sanitarias de la ciudad y de instituciones sanitarias donde atender a los enfermos. Los validos de la ciudad reunidos en cabildo –tanto municipal como eclesiástico- solicitaron al Prelado Salazar y Toledo que renunciara a la construcción del edificio como colegio y que lo destinara al piadoso fin sanitario de asistir a los enfermos de la epidemia que asolaba a la ciudad. Como hombre de fe aceptó aquella piadosa propuesta y se dotó al nuevo hospital de numerosas rentas constituyéndose como uno de los mejores centros hospitalarios de la época.

Tan sólo dos años después fallecería el Cardenal Salazar y Toledo, prosiguiendo las obras y el proyecto el Deán de la Catedral, don Pedro Salazar y Góngora, que era sobrino del Cardenal y su heredero. En 1738, don Pedro Salazar y Góngora sería nombrado obispo de Córdoba.

Inauguración del edificio

Un 11 de noviembre de 1724 se inauguró aquel magnífico hospital. Su funcionamiento como tal prosiguió hasta finales del siglo XX siendo reformado en el siglo XIX y en la década de los 50 del pasado siglo. En 1971 pasó a ser colegio universitario, dependiendo directamente de la Universidad de Sevilla y en dos años se integró en la recién creada Universidad de Córdoba como una de sus facultades más representativas.

Durante todos estos años han sido muchos los relatos y testimonios que nos han llegado del viejo hospital y de sus apariciones espectrales. Juan Garrido es otro de esas personas que atesoran una de esas espeluznantes experiencias: «Era invierno, hacía mucho frío, yo cuidaba el edificio. Era finales de los 60, en 1968, el 16 de noviembre, llovía a mares y no podía menos que mirar al cielo y preguntarme cuando iba a dejar de llover. Me llamó la atención una campana que sonó al final del pasillo. Era imposible porque en el edificio no había campanas, además era como una campanilla de estas con las que se llamaba para asistir antiguamente. Me quedé mirando y vi a lo lejos como una linterna, una luz lejana que cambiaba... Se fue acercando y me quedé helado, pasó a unos diez metros de mí, era una mujer vestida como con hábitos y que llevaba en su mano un candelabro con una vela, llevaba prisa e iba en dirección a una de las aulas de aquella ala... Me quedé helado porque a la hora que era, serían las once y media de la noche, yo sabía que estaba solo allí y que aquella mujer no era de aquí, pero de aquí de nuestro mundo... Aquello era una aparición, un fantasma, fue horroroso. Pasé mucho miedo».

Dentro de sus muros, desde siempre, se ha tenido la creencia de la existencia de almas en penas que vagan por los pasillos del centro, de espectros de otras épocas o apariciones fantasmales que dejaron sus vidas siendo víctimas de las epidemias que asolaron a la ciudad en siglos pasados. Hoy todos ellos, todos esos seres desencarnados parecen, a decir de los testigos y sus testimonios, manifestarse en su interior para asombro de aquellos que son testigos del prodigio, testigos de lo imposible.

Uno de los autores de esta 'Córdoba Misteriosa', que hoy lee mientras pasea por nuestra bella cuidad tuvo la oportunidad de vivir durante unos años a muy pocos metros de este bello edificio, Francisco José Bermúdez cuenta su experiencia e investigaciones así: «Fueron muchas las visitas que realice indagando entre estudiantes, profesorado y demás trabajadores de la facultad, intentando buscar pistas que me llevaran a pruebas más concluyentes y que no quedara todo en meras leyendas. Aunque el interior del edificio guarda una belleza arquitectónica digna de mención, he de reconocer que caminar sin más compañía que mi propia sombra por alguno de sus pasillos largos, oscuros y tenebrosos, hacía que se mi corazón latiera a un ritmo acelerado. ¿Sugestión? Tal vez, lo cierto es que algo raro escuché...»

Más testimonios

Un nuevo testimonio se acumula entre las experiencias que los diferentes testigos han vivido en el interior de esta Facultad de Filosofía y Letras, preservamos su anonimato y lo llamamos Juan López, una persona que no tomaba en serio las experiencias paranormales y no creía en ellas, no creía en ellas hasta que esa diosa llamada Fortuna lo tocó con sus inescrutables dedos y le hizo vivir una de ellas: «Una noche estaba haciendo mi ronda cuando comencé a escuchar fuertes ruidos en la segunda planta... Me inquietó porque sabía que allí arriba no había nadie. Subí rápidamente y pude ver perfectamente a un niño pequeño, de unos seis años, que salía de una clase corriendo pasillo arriba... No me lo podía creer. Si lo que vi hubiera sido una persona adulta, o un alumno, o yo que sé, alguien de más edad, podría comprenderlo porque está dentro del contexto. No sería la primera vez que dentro de mi trabajo sorprendemos a alguien que quiere robar. ¡Pero un niño! ¡A esas horas! ¡Y así vestido! Con aquellas ropas tan antiguas, tan fuera de tiempo... Mira, se me pone la carne de gallina y no dejo de sentir temblores y escalofríos... Me acuerdo de aquello y todavía tiemblo. Desde entonces no he podido volver a entrar en ese sitio».

Otros compañeros que realizan labores de vigilancia nocturna en el centro también han sido participes y testigos de extraños sucesos en el interior del edificio. «Las cosas raras son variadas, van desde sentir que te llaman, o sentir como detrás tuya hay alguien y te mira, darte la vuelta con más miedo que onces viejas y ver que no hay nada. También hay anomalías eléctricas, las luces no dejan de encenderse y apagarse cuando pasamos y salimos y entramos de las aulas, es muy extraño y da miedo. Otros compañeros han visto una sombra pasearse por la planta de arriba o a un niño con vestido de otra época. Incluso un compañeros ha llegado a ver a una persona que tosía en la planta alta, con muy mal aspecto, parecía un enfermo de un hospital y este lugar hace tiempo que no es un hospital...», nos comentaba otros de los vigilantes nocturnos del centro. «En cierta ocasión salía del servicio y las luces comenzaron a encenderse y apagarse, sentí mucho frío tras de mí, me giré y vi como una silueta, como una sombra extraña que pasaba a unos tres o cuatro metros en dirección a las escaleras. Envié un SMS a 'Milenio3' y llegaron a comentar algo en antena pero lo que quiera que esté aquí entre nosotros aún nos acompaña y muchas noches nos da sustos de muerte. Hay sitios por los que no pasamos al hacer la ronda, porque sabemos que allí nos puede pasar algo para lo que no estamos preparados y que no es de este mundo...»

Otro de los compañeros de nuestro testigo recuerda una extraña experiencia que le sucedió: «Llevaba un perro y haciendo la ronda por la última planta llegó un momento en el que el perro no quería seguir andando... Estaba muy inquieto, lloriqueaba no quería avanzar. El ambiente se volvió muy frío, y se comenzaron a escuchar unos susurros que daban mucho miedo, nos llamaban, nos llamaban con voz de ultratumba, susurrante, de muerte... El perro me obligó, tirando fuertemente de la correa, a que nos diéramos media vuelta y saliéramos de allí lo más rápidamente posible».

Miedo

Hoy no hay vigilantes de seguridad en el edificio, hay una ronda realizada por personas pero la principal vigilancia se ha encomendado a las frías máquinas y a la tecnología, sin dudas menos impresionables y sugestionable: vigilancia por cámaras de seguridad.

El personal de limpieza también ha tenido desagradables encuentros con lo paranormal, con lo extraño... No pocas limpiadores se han quejado de que cuando entran en determinadas estancias del edificio hay algo que hace fuerza al otro lado y forcejea porque nadie entre. Cuando la limpiadora logra entrar en el aula nota con pavor que no hay nadie que pudiera haber forcejeado con ella, la habitación está sola y sólo mesas y sillas son el mudo testigo, nuevamente, de un hecho tan sorprendente como inexplicable. En otras ocasiones, mientras caminan por los pasillos, las luces tras ellas se van encendiendo o apagando como si quisiera iluminar su camino o sembrar de temor apagándoles las luces, un macabro juego de algo que mora entre sus paredes, un incómodo acompañante que con su gélido aliento e invisibles manos se divierte burlándose de aquel que sólo quiere realizar su trabajo y olvidar estas duras experiencias, o simplemente «rezar mientras limpio para que no me pase nada ni se me aparezca nada. Hasta que no acabo de salir de la facultad no dejo de rezar, lo paso fatal porque hay compañeras que me han contado llorando lo que les ha pasado y sé que es verdad. Ojalá Dios quiera que nunca me pase nada de eso a mí».

Se han realizado investigaciones en el interior del recinto académico, se han acumulado testimonios de asustados testigos que entre sollozos no pueden ni explicar lo que han vivido y darle una explicación coherente y racional. «¿Cómo explicar la visión de un ser traslúcido que pasea ante ti en la noche y sabes que no pertenece a este mundo?», preguntaba uno de nuestros anteriores testigos. Fue el licenciado en Física José Luis Márquez quién registró con su grabadora en repetidas ocasiones las llamadas psicofonías, las voces del más allá, las voces del misterio... El investigador constató que aquellas voces pedían ayuda, ayuda tal vez para salir del mundo de las sombras y ascender a la luz, ayuda para tomar el camino al descanso de las almas atormentadas o ayuda para dejar de vagar por los pasillos de la facultad y llevar una existencia en paz por toda la eternidad, ¿quién sabe? Sin dudas las experiencias psicofónicas de José Luis Márquez marcan un antes y un después en los hechos paranormales que se viven en el viejo hospital, en la encantada facultad de Filosofía y Letras de Córdoba.

Si alguna vez pasea por sus estancias, observa las viejas firmas, iniciales y rúbricas en las ventanas, grabadas y con el paso imperturbable del tiempo en esas heridas del alma, nota un sonido metálico, como de rodar, apresúrese y vea si se encuentra cerca de ese aula que mantiene vivo el recuerdo del pasado manteniendo los raíles que conducían los cuerpos sin vida a la morgue... Si está en esta habitación y nota una bocanada de frío, un susurro, una mirada, simplemente rece y sepa que lo paranormal existe, tal vez se encuentre ante ello en pocos segundos.

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